domingo, 1 de junio de 2014

ESA LLUVIA DE LA QUE ME HABLAS





Siento llegar hasta mí
como el ala de una brisa suave 
que cierra el círculo del atardecer
la proximidad fecunda de unas nubes 
ansiosas de abrir sus entrañas.
Empujadas por el viento
multitud de hojas muertas se entregan amorosas:
son como manos abiertas vacías en sus surcos
que el árbol desprende agotadas 
en la orilla de la muerte.

Hay un silencio expectante
que lo deshace un ruido 
parecido al de innumerables vidrios rotos
minúsculos
que lloran contra el suelo.
Veo el fulgor de sus lágrimas saltar y desvanecerse
mientras se abren las luces del anochecer.
El movimiento de la ciudad 
languidece entre silenciosos transeúntes 
que crecen entre la niebla.

Me gusta el color gris de la lluvia 
que penetra en las viejas ciudades,
la veo discurrir con su paso vertical y monótono,
caminar con su pulso y ritmo monocorde
hurgando en los secretos que guardan fachadas, 
muros y ventanas.
La ciudad se defiende de la noche 
iluminándose con luces otoñales.

El agua todo lo descubre y lo señala.
No la veo presurosa navegar hacia el mar:
se oculta resignada entre calles subterráneas
-sin saber dónde muere-
que oscurecen aún más sus sueños de cielos 
y mares luminosos.
Su tiempo ha concluido.
El aire se puebla con nuevos habitantes 
que defienden en vuelo alborozado su alimento.

La noche cede al día su asiento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario