A veces pienso
que he nacido para callar
como el caballo derrotado
abrasado en el cansancio
después de una carrera galopante
sin el premio a su esfuerzo;
o como el perro sumiso
castigado por la vesania de su amo
y abandonado, después,
en uno de esos fríos y largos caminos
donde lo acoge la muerte;
o, tal vez,
parecido a ese tronco
partido en su soberbia por el viento
y dejado ahí,
sin nombre,
escupido en la tierra.
A veces pienso
que he nacido para sufrir
como esa ave migratoria
que perdió su rumbo
alejada del aliento de los suyos
y se duerme desplomada en el vacío;
o como ese toro gallardo
cebado para la más cruel pelea
desigual y trágica
donde la tortura tiene su sede
con el nombre macabro de “fiesta”.
A veces pienso
que he nacido para amar,
pero no encuentro los brazos
ni los labios
ni los ojos
que me abracen
que me besen
que me miren…
A veces pienso
-mientras camino-
que no sé por qué
ni para qué
ni para quién vivo.
que he nacido para callar
como el caballo derrotado
abrasado en el cansancio
después de una carrera galopante
sin el premio a su esfuerzo;
o como el perro sumiso
castigado por la vesania de su amo
y abandonado, después,
en uno de esos fríos y largos caminos
donde lo acoge la muerte;
o, tal vez,
parecido a ese tronco
partido en su soberbia por el viento
y dejado ahí,
sin nombre,
escupido en la tierra.
A veces pienso
que he nacido para sufrir
como esa ave migratoria
que perdió su rumbo
alejada del aliento de los suyos
y se duerme desplomada en el vacío;
o como ese toro gallardo
cebado para la más cruel pelea
desigual y trágica
donde la tortura tiene su sede
con el nombre macabro de “fiesta”.
A veces pienso
que he nacido para amar,
pero no encuentro los brazos
ni los labios
ni los ojos
que me abracen
que me besen
que me miren…
A veces pienso
-mientras camino-
que no sé por qué
ni para qué
ni para quién vivo.
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