miércoles, 21 de mayo de 2014

DESCONCIERTO EN EL AIRE



(Monólogo con el Viento) 

Lo sé: 
naciste para ser libre 
pues no hay brazo que te atrape 
ni pincel que detenga tu aliento. 
Tampoco goznes 
riendas 
bocado 
que a la obediencia te llamen. 

Oculto estás tras esa malla sedosa 
de infinitos pliegues 
que abanican nuestro rostro, 
desfilas autoritario 
por la ancha frente del espacio 
escudriñando todas las calles del mundo 
hasta que, igual que el humo 
agotado 
te conviertes en moneda volátil 
sin peso, desnudo en el vacío. 

Castigado como Caín a huir sin descanso 
corres desbocado con la fusta azotándonos 
y nos empujas, Eolo, a escondernos de ti. 
Todo lo que tocas lo deshabitas 
despertándolo con el susto de tu mirada. 

¿Quién abre la puerta que te despeña sobre el mundo? 
Pasas sobre/entre nosotros sin ser parte nuestra 
despojado de asideros, -pues la materia te repele- 
reflejándote en la misma frontera de los cuerpos. 

Qué hermoso sería 
ceñido en tu espiral atormentada 
escuchar tu ulular lastimero 
desde el vientre oceánico del cielo 
o desde el punto angular de la cima más alta 
recibirte y besarte como una ofrenda núbil… 

A las nubes pastoreas, Céfiro, 
hasta esos lugares de nuestros campos yermos 
para alimentarlos bondadoso 
con el grano sementero de la lluvia.
Conduces a la paloma arropada en tus vendajes 
orientando sus viajes mensajeros. 

Te gusta voltear el esbelto torso de las ramas 
provocando su quejido 
o convocar todo también 
a la alegría obligada de la danza alocada y febril 
que tu paso le dicta. 

Tropiezas, 
rastreas con tus pezuñas de terciopelo 
el rostro viejo de la tierra 
tapizado de hierbas y flores, 
libándolo con la ternura de la abeja, 
susurrante y cariñoso… 

¿Hasta cuándo el oleaje 
torbellino 
vértigo 
danza invisible 
sin freno con que nos encadenas? 
No lo ves 
pero muchas veces deseamos decirte: 
detén tu paso 

porque necesitamos 
–apartados de tu compañía- 
llenar con nuestro olor las plazas 
reconocernos de nuevo en la rutina de los días 
admirar el descuidado vuelo de las aves 
abandonar nuestro cansancio 
bajo el abrigo protector de las copas de los árboles 
y sentir, sin tu presencia 
ese bullir inquieto de los pasillos de la vida 
oculto tras el maternal humus 
donde tienes prohibido el acceso para siempre. 

Si pudiera sellar 
todas las avenidas 
por donde como un fantasma huyes 
recogerte 
en alguno de esos rincones 
donde te acurrucas atemorizado 
colmar de paz 
el oleaje de tu pecho vagabundo…, 

y llevarte de la mano hasta ese broche de luz 
que secuestra los ojos de los hombres 
perdidos en el mar 
y ahí dejarte 
hasta que él cure las heridas 
que tantos caminos han dejado en tu cuerpo. 

Contempla, entretanto, el reino de Poseidón 
en su infinita largura 
el ir y venir despreocupado de los peces 
paseando bajo la seda del agua; 
escucha ese silencio vallado abisal 
lleno de campanillas multicolores. 

Deja que tus ojos agotados y secos 
naveguen hasta los surcos alados de las gaviotas 
juega con ellas anudado en sus zambullidas 
vuélvete a la primera infancia, 
virgen aún de recuerdos 
enciérrate allí
y, ya después, haz lo que quieras.

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